Tendencias
El futuro del libro: entre el papel y la red
(Tomado del Diario La
Nación 22 de setiembre de 2003)
Aunque
el sueño de la biblioteca total parece cada día más cercano, la
realidad demuestra que la tecnología, lejos de condenar al libro
impreso a la extinción, lo potencia y deja en claro que siempre
serán necesarios los mediadores para darle sentido al caosPara la industria en general, los japoneses inventaron los sistemas de sincronización just-in-time (que reducen los inventarios al mínimo) y los sistemas de producción en el camino (producir en la bodega del barco que viaja al mercado). La nueva utopía industrial es volver en cierta forma a la producción artesanal: atender individualmente cada pedido eliminando locales, distribuidores e inventarios de productos terminados. El ejemplo más notable ha sido el éxito de las computadoras Dell, armadas en la fábrica a pedido (dentro de un menú muy amplio) y enviadas directamente al domicilio del cliente. El futuro del libro participa de esta utopía y tiene las suyas propias, en particular el sueño de una biblioteca total.
Los antiguos vieron el universo como un libro y soñaron recrearlo en el espejo de una biblioteca. En 1941, Borges llevó esta fantasía al extremo: "La Biblioteca de Babel" incluiría hasta los libros todavía no escritos. Unos años después, Vannebar Bush propuso lo que hoy llamamos hipertexto: la vinculación electrónica de todos los textos. "Una biblioteca de un millón de volúmenes podría estar comprimida en un rincón del escritorio". Todo lo impreso por la humanidad podría cargarse en una camioneta. Un mecanismo llamado Memex ( memory extension ) haría automáticamente lo mismo que la memoria: conectar lo significativo, olvidando lo demás.
Una primera forma de este proyecto apareció en la Biblia medieval: un espejo del universo que reúne todos los libros sagrados y los conecta hipertextualmente con referencias, concordancias, comentarios. Lograr algo semejante en la red, para el texto completo de todos los libros, de todas las épocas, en todos los idiomas: la biblioteca universal digital. Es difícil y costosa, pero técnicamente ya es posible.
En su forma radical, esta fantasía elimina, no sólo los inventarios, sino todos los mediadores. Teóricamente, el acceso al texto en una pantalla puede ser más fácil, barato y atractivo que en papel encuadernado, sin necesidad de depósitos, librerías, ni bibliotecas. Teóricamente, no harían falta los mediadores: el autor puede buscar directamente al lector, como ya lo hacen muchos autores que ponen sus textos en la red. Sin embargo, considerando los detalles prácticos, la tecnología digital parece destinada a reforzar, más que a sustituir, el libro impreso y sus mediadores.
Con
pequeñas reimpresiones, todo el fondo antiguo de un editor puede
seguir en venta, aunque la demanda de algunos títulos baje a diez
ejemplares por año. (El caso extremo, según The Guinness Book of
Records , ha sido el de una traducción del copto al latín, que la
Oxford University Press vendió al ritmo de 2,6 ejemplares por año
entre 1716 y 1907.) Con la solución tradicional (reimprimir cuanto
menos mil ejemplares), muchos títulos dejan de imprimirse, aunque
hayan sido best sellers o tengan mucho sentido en el catálogo. Pero
cuando se pueden reimprimir cantidades muy pequeñas, la inversión y
el riesgo para el editor se reducen al mínimo.
Esto
se puede tomar en cuenta desde la primera edición. Si un editor está
seguro de vender dos mil ejemplares, pero no tan seguro de vender
tres mil, puede imprimir dos mil de manera tradicional y esperar a
ver qué pasa, con la tranquilidad de imprimir después los
ejemplares que hagan falta, según la demanda. Supongamos que el
millar adicional (para guardarlo, por si llega a hacer falta) le
cueste 3000 dólares, mientras que la impresión POD le cuesta seis
dólares por ejemplar. Aparentemente, la primera opción cuesta la
mitad (tres dólares por ejemplar). Pero calcular de esta manera es
dar por vendido el millar adicional, cosa por demás incierta.
Supongamos que, de hecho, no venda más que trescientos ejemplares
más. En este caso, con POD habrá invertido mil ochocientos dólares
completamente seguros, en pequeños pagos a lo largo del tiempo; lo
cual es mucho menos que tres mil dólares en un solo pago previo,
para imprimir setecientos ejemplares invendibles y trescientos
vendibles (que, por lo tanto, costaron realmente diez dólares por
ejemplar). Aunque el costo unitario POD sea (aparentemente) el doble
, la diferencia se justifica ampliamente como una prima de seguro.
Naturalmente, una traducción del copto al latín debe imprimirse
ejemplar por ejemplar, desde la primera edición.La elección del lector
Las nuevas máquinas pueden estar en varios puntos del circuito, ya sea con el impresor, el editor, el distribuidor o un servicio especializado, con implicaciones comerciales distintas, según el caso. Si llegara a ser práctico que cada librería tuviese una, se acabarían las devoluciones y mejoraría enormemente el servicio a los lectores. Si se volvieran tan compactas y baratas como la impresora de una computadora de escritorio, podrían estar en la casa del lector. Esta sería la culminación de la biblioteca universal digital, donde cualquier lector puede bajar de la red cualquier libro a su pantalla o su impresora, como ya es posible (sin encuadernación) para miles de clásicos digitalizados por los voluntarios de la Project Gutenberg Association.
Sin
embargo, no deja de ser sorprendente que, aunque ya existen los
servicios de este tipo, tanta gente prefiera pagar una edición
tradicional en vez de leer gratuitamente el libro en pantalla o
impreso en hojas sueltas (a un costo de impresión por hoja no
siempre menor que el costo por página de un libro tradicional). Y se
explica. No es lo mismo consultar en pantalla o imprimir algunas
hojas de interés que leer en pantalla o imprimir el libro completo.
Aunque el contenido sea idéntico, la experiencia visual, táctil y
hasta olfativa puede ser determinante para el lector. Aunque la
capacidad hipertextual de la versión electrónica sea, en principio,
superior a los índices tradicionales (que no todo libro incluye;
desgraciadamente, el subdesarrollo intelectual en este punto es
impresionante), hay muchas circunstancias prácticas en las cuales el
libro tradicional es superior, empezando por lo más elemental: no
tener a la mano la máquina encendida, con el texto instalado. Estos
detalles prácticos y muchos otros ( el menor interés de los
ladrones por robarse un libro que una lap top , la imposibilidad de
prestar un ebook sin el aparato lector, los derechos de autor) suelen
ignorarse en las fantasías futuristas, pero pesan en las decisiones
del lector. La falta de entusiasmo por los ebooks no puede atribuirse
a la tecnofobia de los lectores comunes. También se da entre los
jóvenes estudiantes de libros de texto, y hasta en los usuarios de
tecnología de vanguardia, según dos encuestas ( Publishers Weekly ,
9 de septiembre de 2002).
Los
detalles prácticos son decisivos y tienen consecuencias imprevistas,
a veces favorables para un propósito distinto. Los ebooks no se
inventaron para los lectores con problemas visuales que necesitan
letra grande, pero resultaron ideales para eso. De igual manera,
cuando McGraw-Hill lanzó versiones electrónicas de sus libros
científicos, pensó que los lectores apreciarían sobre todo el
contenido, la hipertextualidad y la ventaja de obtener el texto en
línea tres meses antes de que apareciera la versión impresa (que en
el futuro, supuestamente, se volvería innecesaria).
Sorprendentemente, aunque sí se vendieron ebooks , la demanda de
esos mismos libros impresos aumentó. La promoción de la versión
electrónica sirvió para que más lectores conocieran el texto, lo
hojearan en pantalla y se interesaran por comprarlo impreso.
Amazon,
que en 1995 empezó a vender libros en línea, amplió también su
oferta a los ebooks y libros usados.
Considerando
la afinidad tecnológica entre el comprador en línea, el vendedor en
línea y el editor de ebooks , hubiera parecido normal que los ebooks
fueran el mayor éxito. Sin embargo, el mayor éxito fue la venta de
libros usados. La tecnología digital, admirablemente aprovechada por
Amazon, llama tanto la atención que distrae de las virtudes
tradicionales, sin las cuales Amazon sería un fracaso: el espíritu
de servicio, la credibilidad, la rápida incorporación de nuevos
títulos, el surtido y la permanencia del acervo. Todas éstas han
sido virtudes de los buenos libreros, y muchos ya aprovechan la
tecnología digital en proyectos propios o colectivos. En particular,
las librerías independientes, que habían perdido participación en
el mercado frente a las grandes cadenas, no parecen encaminadas a
extinguirse.Los mediadores no hacen falta para que dos amigos hablen por teléfono. Muchos poemas renacentistas y barrocos circularon copiados a mano entre los amigos del autor, aunque ya existía la imprenta. Hoy, las copiadoras, el fax, el correo electrónico, reproducen y distribuyen textos inéditos entre amigos. Los mediadores hacen falta para que el texto (bien presentado) llegue al lector anónimo: el amigo desconocido.
El texto mismo es una invitación al amigo desconocido. Idealmente, bastaría con dejarlo abandonado en un parque o ponerlo en la red para que su público natural lo fuera encontrando. Pero la intervención de los ángeles o los mediadores humanos introduce una extraordinaria diferencia entre la conversación y el caos. Los mediadores filtran el ruido para sintonizar las constelaciones con sentido, facilitan el encuentro con el lector.
Hasta la utopía de una biblioteca virtual universal, que incluya todos los libros, requiere mediadores que los escojan (no cualquier secuencia de palabras es un libro), revisen (la crítica textual, iniciada en la Biblioteca de Alejandría para Homero, usa hoy computadoras para Joyce, pero nunca será puramente mecánica), editen (presenten el libro de una manera más legible), cataloguen, difundan, critiquen, recomienden. Naturalmente, todas estas mediaciones pueden realizarse en la red, y quizá es lo razonable para una traducción del copto al latín.
Independientemente de las circunstancias tecnológicas y económicas, los editores, distribuidores, libreros, bibliotecarios, críticos maestros seguirán diferenciando entre el caos que inhibe y la diversidad que dialoga. La cultura es conversación, y el papel de los mediadores es organizar la conversación, hacer que la vida del lector tenga más sentido, por el simple hecho de encontrar lo que necesitaba leer.
Por Gabriel Zaid El autor es poeta y periodista mexicano. Si desea acceder a más información, contenidos relacionados, material audiovisual y opiniones de nuestros lectores ingrese en :
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